El Valle de los Caídos
1 de abril de 1940: ya acabada la Guerra Civil, el régimen franquista planea la construcción de un lugar perenne de peregrinación, en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposan los héroes y mártires de la Cruzada, o dicho de otro modo, se quería erigir un monumento en honor a los soldados caídos del bando sublevado. Mediante sucesivos decretos, Francisco Franco Bahamonde concretó las características de la empresa, situándola en la Sierra de Guadarrama, en El Escorial, en una zona denominada Cuelgamuros. Allí, en 1959, se abrió al público el Valle de los Caídos.
Para su construcción, —costó 1.086.460.381 pesetas de la época (6.529.758 euros de hoy en día)— además de asalariadxs, se utilizó a presos y presas del bando republicano, bajo las normas del Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo que, para “purgar” los delitos cometidos por los presos políticos, promovía una reducción de condena proporcional al número de días de trabajo en esta gigantesca obra. La cuantía total de la mano de obra presa supera las 20.000 personas, repartidas en tres destacamentos:
- el primer grupo se encargó de construir los seis kilómetros de carretera de acceso al conjunto, adoquinados a mano;
- el segundo grupo excavó la roca utilizando dinamita;
- el tercero construyó la Basílica y el Monasterio actuales.
Vemos aquí cómo, sencillamente, todo el Valle de los Caídos está construido sobre (y mediante) la sangre y el sudor de quienes perdieron la Guerra.
El Valle es la mayor fosa común de toda España. En él reposan los cadáveres de 33.847 personas, víctimas de ambos bandos del enfrentamiento (aunque primeramente se ideó para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra [¡su!] gloriosa cruzada, desde 1959 se inhumaron en él cuerpos de todas las provincias españolas, exceptuando Ourense, A Coruña, Las Palmas y Sta. Cruz de Tenerife, tanto sublevados como republicanos), de los cuales son desconocidos 12.410 y 21.423 de víctimas identificadas.
Camilo Alonso Vega, el Presidente del Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos, el 23 de mayo del 58 escribía:
Se hace preciso adoptar las medidas necesarias para dar cumplimiento a una de las finalidades perseguidas por la erección de dicho Monumento: la de dar en él sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieran, según impone el espíritu cristiano de perdón que inspiró su creación, siempre que unos y otros fueran de nacionalidad española y religión católica.
Se han documentado traslados de cuerpos desde 1959 (la inauguración del complejo, coincidiendo con el vigésimo aniversario del fin de la Guerra Civil) hasta 1983. Se procedía con el consentimiento de las familias en caso de que los cadáveres a trasladar hubieran sido identificados, y más de un tercio de las personas enterradas en el Valle lo están debido a la decisión arbitraria del gobierno franquista de llenar los osarios.
Entre esas 33.847 personas enterradas en Cuelgamuros debemos destacar dos, muy conocidas: José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco Bahamonde. Primo de Rivera, tras morir el 20 de noviembre de 1936 en Alicante, fue enterrado en el Monasterio del Escorial para ser posteriormente trasladado al Valle en el 59, con motivo de la inauguración del mismo, donde fue enterrado en una posición privilegiada. El fundador de la Falange reposa aún hoy frente a miles de cadáveres sin nombre ni apellidos amontonados en los columbarios del complejo, en su tumba bien identificada.
¿Y cómo acabó Franco inhumado allí? Es el único muerto de toda la Basílica que no cayó en la Guerra, por tanto, no es ni muchos menos uno de “los Caídos [por su gloriosa cruzada…]”. También ocupa un sepulcro especial, como podemos ver:
Tras todo esto como aproximación general a la historia del Valle de los Caídos, podemos afirmar que es, sin atisbo de duda, uno de los mayores símbolos del franquismo, y que su existencia, tal como se da hoy en día, es producto de unas muy leves o incluso inexistentes penas entorno al enaltecimiento de la ideología que durante más de 35 años asoló España: el nacionalcatolicismo. La razón última de que el franquismo no muriera con el fallecimiento de su cabeza más notoria es, entre otras, la Ley de Amnistía de 1977, que cerró, para favorecer la Transición al Estado que hoy día poblamos, unas muy profundas heridas sin honrar a quienes las sufrieron en su carne. El Valle de los Caídos es uno de los mayores ejemplos de ésto: en él un dictador descansa eternamente mientras millares de republicanos y republicanas caídxs en la Guerra se encuentran a pocos metros, sin orden, concierto o la mínima dignidad.